Nunca te preguntaste para que sirve esa casita en el medio del río?????
La pregunta infantil apunta hacia las aguas de la Costanera Norte porteña. Hacia esa silueta fantasmagórica que se recorta en la superficie marrón y que aparece, misteriosa, como una rara casa abandonada con una gran puerta principal pero sin ninguna ventana.
Si se trata del sombrero de un gigante sumergido, como imaginaron unos; del baño de los ocasionales nadadores del río, como arriesgaron otros, o del hogar de un secreto ermitaño, como apostaron algunos pescadores, nada se puede adivinar desde la costa. ¿Qué es?, ¿para qué sirve? Y, ¿por qué está ahí?
Cuentan que la idea de construirla empezó tras un gran pánico, similar al que provocó la gripe A, pero hace más de 140 años, cuando las amenazas en Buenos Aires eran el cólera y la peste amarilla.
Por esa época el riesgo de tomar agua contaminada o de estar próximo a acumulaciones de agua estancada en la ciudad, era mayor. Esto favoreció la propagación de dos epidemias que dejaron tras su paso 14.000 víctimas fatales, según registros parciales, de entre las 190.000 almas que poblaban la ciudad en aquel entonces.
Cuando todavía no se habían esfumado los peores recuerdos de las pestes, se resolvió levantar lo que hoy se ve a lo lejos como una casa enigmática. Fue parte de un proyecto que en 1874 buscaba proveer de agua potable para 400.000 porteños.
Básicamente, lo que hacía era tomar agua del río para enviársela a la planta de potabilización que en ese momento se encontraba en lo que hoy es el Museo de Bellas Artes. Tuvo una vida efímera, dada la expansión geométrica de la población en Buenos Aires de esos tiempos, por lo que fue dada de baja apenas cuatro décadas después de su inauguración.
Estaba ubicada a 800 metros de la costa con una estructura que combinaba el cemento armado y los bloques de granito. Por fuera, mostraba cuatro caras de lo que los expertos llaman una "sobria arquitectura neoclásica", algo que la Ilustración y el Progreso habían impuesto por esos años, y que significaba la vuelta a las formas simples de la Antigua Grecia y Roma. Estaba coronada con una torre de metal que en el momento en que fue creada sostenía en la parte superior una baliza de gas, porque en Buenos Aires todavía no había iluminación eléctrica. Los mismos parámetros estéticos dominantes hacían impensable que una obra de esa importancia no rematara en una obvia veleta de hierro.
En el interior, un revoque austero cubría las paredes que se prolongaban bajo el nivel del agua en rejas que habilitaban la entrada del agua.
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